29 de diciembre de 2009

Penelope Fitzgerald (6): Innocence

A estas alturas ya estoy completamente vendido a P. F., así que no sirve de mucho que empiece diciendo que Innocence es un libro extraordinario....pero lo es: éste también.

Tal vez sea su novela más reconocible como tal de las que, de momento, he leido (me faltan tres, y después...el abismo). Si The beginning of spring o The gate of Angels se leen como si fueran el contrato que garantiza que una futura novela existirá en la mente del lector al llegar al punto final, Innocence parece una "novela-novela"
Pienso que esta impresión se debe a que comparte dos elementos con otras compañeras de género. El primero es que la trama está punteada por una historia de amor. El segundo es que contiene, de manera muy explícita, varias discusiones teóricas contra las que se destaca el sentido general de la historia.
Creo que lo puedo explicar mejor.

Toscana, 1955. De la antigua y aristocrática familia Ridolfi quedan unos pocos miembros: Giancarlo, su hermana Maddalena, su sobrino Cesare y su hija Chiara, que tiene 18 años y va a enamorarse de (o contra) Salvatore Rossi, que es sureño e idealista.
Y aquí voy a hacer un inciso:
Un escritor mediocre -como la mayoría- explicaría al lector el contexto de posguerra en Italia, las excentricidades de la nobleza en decadencia y las ideas por las que Salvatore está dispuesto a luchar. O, peor aún, seguiría el consejo de traer todo eso a la vida gracias a los detalles (algo que, a estas alturas, da bastante asco) y pondría al tío unos mitones rotos, le sentaría en un sillón con los muelles sueltos bajo el cuadro del antepasado que luchó contra Napoleón, y encendería una bombilla débil.
Pero, ay, Penelope Fitzgerald escribe desde el lugar donde se debe escribir, es decir teniendo en cuenta la jurisprudencia.

Y aquí voy a hacer un inciso dentro del inciso:
Escribir teniendo en cuenta la jurisprudencia significa no olvidar que el lector es contemporáneo al autor, no olvidar que es igual de listo y no olvidar que ha recibido, como él, las ideas, los clichés, los links y el marco intelectual de su tiempo y su cultura. Edith Wharton decía que la fotografía había cambiado la manera de conocer la realidad y que las descripciones a la manera de Balzac no tenían sentido en el siglo XX porque los lectores ya habían visto imágenes de esos trajes, de esas casas, de esos paisajes. Y Shirley Jackson lo resumía limpiamente recomendando no describir al león con toda su majestuosa y dorada melena, porque el león entero -melena y todo- llega sólo con decir "león". Así que -decía-, no cuentes cómo es el león... a menos que sea verde.
Con muchas ideas sucede, creo, lo mismo. Si un autor casa a un aristócrata toscano en decadencia con una norteamericana rica, todo Henry James (o, al menos, la versión condensada) pasa automáticamente a la mente del lector. Si un autor lleva a un joven con buen corazón de su pueblo a la gran ciudad, el lector está alerta porque sabe de antemano lo que la literatura francesa del XIX ha establecido sobre esa situación, sus riesgos y sus expectativas.
Y con esto, fin de los incisos.

¿Dónde estábamos? En Toscana, 1955, explicando qué dos puntos de Innocence hacen que esta novela parezca una novela tradicional.

El primero, la historia de amor como eje de la trama. Chiara y Salvatore, Salvatore y Chiara. Ella, la última de los Ridolfi, mitad toscana y mitad americana, educada en el extranjero, inocente en el sentido más puro de la palabra. Él, sureño, limpio de alma, educado en un idealismo gramsciano que buscaba su sitio en la Italia de posguerra, y, como ella, inocente en el sentido más puro de la palabra.
Apenas hay cuatro escenas en la novela que muestran a la pareja a lo largo de la novela, y no es que hagan falta más ni menos. Hemos leido suficientes historias de amor como para saber cómo el sentimiento amoroso evoluciona de la confusión a la pasión, de la pasión al anhelo, del anhelo a la locura. Entenderemos el conjunto si el autor decide dejarnos mirar durante sólo diez segundos.
Pero, en cualquier caso, la historia de amor es lo que vertebra la trama, algo que sucede en muchas novelas tradicionales.

El segundo, el sentido del libro contrapuesto a las discusiones teóricas de los personajes. Como en The beginning of spring, en The Gate of Angels y en The blue flower, los debates intelectuales del momento en que la acción se sitúa aparecen en la novela, pero su función varía en cada caso. Creo que aquí, como en bastantes novelas tradicionales, sirven para hacer visible la diferencia de matices que hay entre lo que los personajes logran entender de la vida y sí mismos, y lo que en realidad sucede. Y creo que el sentido último de esta novela es mostrar una visión completa de la vida, que se recorta contra lo que los personajes dicen (particularmente entre los capítulos 30-40).

Pero, en fin, sólo he mencionado un aspecto de Innocence y no he hecho la glosa apasionada y llena de adjetivos que este libro merece. Pero para ilustrar su carácter extraordinario tendría que citarlo entero, de principio a fin.

Innocence se publicó en 1986. Si pienso en esa fecha, el libro no encaja, pero tampoco encaja si pienso en 2009. Tal vez Penelope Fitzgerald pertenezca a un tiempo ideal en el que los autores respetan a sus lectores.

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Collages fotográficos de Iñigo Aragón

5 comentarios:

Cristina dijo...

Vaya ritmo que llevas con P. Fitzgerald. Y tus críticas siempre me gustan mucho. De esta me quedo, sobre todo, con la frase final poque es cierto que es algo que ya no se lleva demasiado.

Con la frase final y con el inciso dentro del inciso. No sabía nada de eso y me ha parecido interesantísimo, sobre todo lo que decía Shirley Jackson. Me quedo con ello para irlo rumiando y aplicarlo a la forma de ver futuras lecturas/descripciones.

Cristina dijo...

Por cierto: ¡feliz año! Que en 2010 sigas leyendo tan buenos libros y nos sigas hablando de tus lecturas...

Cristina dijo...

Casualidades: ayer me encontré con Innocence en una librería. Obviamente lo compré.

Pablo Chul dijo...

Lo disfrutarás mucho, seguro.

Persefone dijo...

Pues lo de "escritor mediocre" me lo tiene que explicar, porque hay más de alguno -de la época, claro- que habla desde debajo del retrato del tatarabuelo mientras oye discos de pizarra y que a mi modesto parecer es inmortal. Aunque claro, la palabra inmortal también está passé y este parece ser el criterio ¿no? al final la Barbery resultará ser buena y tó. Paro.