31 de diciembre de 2010

Lecturas 2010: para el recuerdo


No es el filtro más fiable, pero no hay otro: la memoria que recuerda las impresiones ha elegido éstos entre los libros leídos en 2011.

Han dejado huella:

Master Georgie, de Beryl Bainbridge.

The Princess Bride, de William Goldman.

The pangs of love y Going into a dark house, de Jane Gardam.

Hadji Murat, de Tolstoi.

The complete fiction, de Francis Wyndham.

The sould of kindness, de Elizabeth Taylor.

Hangsaman y The Sundial, de Shirley Jackson.

The sweet dove died, de Barbara Pym.

Cécile, de Benjamin Constant.

Los libros de relatos "May we borrow your husband?" y "Twenty-one stories", dentro de los relatos completos de Graham Greene.

Y, como todos los años, la autobiografía de Cellini.

2011 promete: esperan en la pila Beryl Bainbridge (cinco), Patrick Hamilton (tres), Jane Gardam (seis), Graham Greene (dos), Elizabeth Taylor (dos), V.S. Naipaul (dos) y dos cumbres del cotilleo: las cartas de Elizabeth Bowen a Charles Ritchie y las de Henry James a sus "dearly beloved friends".

Qué ansia.

¡Buenas lecturas a todos! Y gracias a todos los blogueros que comparten sus hallazgos y reseñas.

Collage de Iñigo Aragon.

21 de diciembre de 2010

"A toda vela", de C.H.B. Kitchin

(Reseña de "A toda vela", de C.H.B. Kitchin, publicada en "Ambito Cultural").

Una extraña ley del mercado parece dictar que toda novela inglesa que se publique deba llevar en su contraportada o su faja alguna alusión a
Jane Austen. La editorial Periférica recupera "A toda vela", una interesante novela escrita en 1924 por C.H.B. Kitchin, y lastra su importancia al presentarla como "una novela agridulce" acerca de una mujer que corre el peligro de convertirse en solterona, "una novela muy crítica a pesar de su aparente ligereza, digna de Jane Austen".


Pues aunque "A toda vela" no sea una obra central de la literatura inglesa del siglo XX, sí que merece una lectura atenta en relación a la tradición en la que se inscribe, que no es la heredera de Austen sino del modernismo de principios de siglo. Tal vez bajo esta luz se observen mejor sus méritos, que atañen principalmente al estilo.


La trama es tan sencilla como difusa: Lydia Clame está en crisis. No es ya joven, no es suficientemente rica ni suficientemente extravagante ni está en el meollo de la vida social. No encuentra novio, y su percepción hace aguas:


"Su nerviosismo, siempre intermitente, la abandonó de repente. Estaba exhausta, tenía treinta y los aparentaba. Cómo hacer de la noche un éxito sin vitalidad, cómo sobrevivir a ella. Tanto, antes, parecía depender de esa noche; y, sin embargo, ¿qué placer podía, después de todo, procurarle?"


El lector sigue a Lydia en un viaje errático, en el que la protagonista constata que no hay lugar en el mundo para ella: amenazada por la posibilidad de perder sus rentas, rodeada de amigos superficiales e incapaz de transformarse en una mujer más resuelta, Lydia siente que el tiempo en que su existencia tuvo sentido ha quedado atrás.


Tal vez
C.H.B Kitchin eligiera a Lydia como arquetipo de una generación de mujeres que, en palabras de Virginia Woolf, "no vivían verdaderamente en nuestro siglo". Sin embargo, "A toda vela" no es una novela edificada en torno a un personaje, y no es en la fractura interna de la protagonista donde el autor muestra el carácter fragmentario y deslavazado del mundo que representa, sino en la prosa que describe el exterior.


Así, por ejemplo, sale el tren de la estación:


"Por fin el Bovril sustituyó al Oxo, y el jabón Pears a Bovril. Pasaron los carteles de BUFFET y CABALLEROS. Sólo los hilos del telégrafo mantuvieron el paso, decayendo como en una caricia hasta que con cada relámpago de negrura vertical ascendían de nuevo a la dignidad de su primera altitud. El compartimento, que la señorita Clame tenía para ella sola, olía a ectoplasma"


Y así atardece:


"La escena estaba llena de un tenue sosiego que, aunque en un principio parecía pastoral, arrastraba irresistiblemente el pensamiento a espacios más amplios, a una intensidad de llanura o mar o cielo donde la noche y el día se fundían en un rapto de no existencia, y la tierra, con sus múltiples caras, se disolvía, como un cristal cayendo en aguas profundas. Durante algunos minutos uno se sentía abrumado, transformado en algo pasivo y sin embargo desapasionado".


C.H.B. Kitchin
trabajaba su prosa con la misma intención artificiosa con la que escribían Henry Green o Elizabeth Bowen en sus obras de los años veinte, como "The Hotel" o "The last September", en las que el estilo, siempre presente, se imponía a la trama como un filtro que la distorsionaba o la alejaba. Nos encontramos, pues, ante una novela que mejora al ser leída como una pieza de su tiempo.

Es posible que "A toda vela" parezca una obra imperfecta a nuestros ojos, particularmente si esperamos encontrar lo que presuponemos a cierto tipo de novelas inglesas: ironía más o menos suave y comedia ligera de buenos modales. Y es que los méritos de esta novela no están ahí sino en su propuesta, que consiste en reflejar la fractura entre el hombre y el mundo en la confusa década de los años veinte.

Orwell dató en 1918 la muerte definitiva del mundo decimonónico. Tal vez este libro, escrito seis años después, fuera escrito bajo esa sombra y con esa intención: como metáfora de una sensibilidad que empezaba a reconocerse sólo en lo informe, en lo difuso, en el vagar, en la deriva.


Fotografías de Lucas Blalock

16 de diciembre de 2010

The slaves of solitude / Los esclavos de la soledad, de Patrick Hamilton

Este libro, traducido al castellano hace dos años, pasó más o menos desapercibido. Varios blogueros lo reseñaron con emoción (aquí y aquí) pero a otros, por decirlo finamente, se les atragantó. Al crítico de El Cultural le pareció que ni fu ni fa porque esperaba leer "La Colmena", pero fue el Sr. Molina, en la web "Solodelibros" quien se lanzó en caída libre y con un par: que si perspectiva banal, que si estilo plano, que si Hamilton no es un buen novelista...

Yo leí la crítica con los ojos boquiabiertos, como quien dice.

Pero luego recordé que ese mismo señor Molina (que normalmente escribe con atención y cuidado) dijo aquí que no merece la pena "perder el tiempo" leyendo a Penelope Fitzgerald.

Y entonces solté unos tacos de esos que rompen crucifijos.

Porque hay cosas que no se perdonan. Y van dos.

En fin, a lo nuestro. Los esclavos de la soledad, 1947, posguerra en Inglaterra, autor famoso en su tiempo, alcohólico, desfigurado en un accidente, misántropo, etcétera. Su vida está en wikipedia, sin desperdicio.

Los esclavos de la soledad, pues: una mujer en el peor de los momentos.

Miss Roach no está casada, frisa los cuarenta, se considera moderadamente fina y se ve condenada a vivir en un infierno de provincias, Thames Lockdon, ni demasiado cerca ni demasiado lejos de Londres, que está allí, en el horizonte, como una amenaza.

London, the crouching monster, like every other monster has to breathe, and breathe it does in its own obscure, malignant way.

Pero ni Londres ni leches. La vida ha llevado a Miss Roach a una pensión en Thames Lockdon, y no parece querer darle un respiro. El mundo de Miss Roach, que antes tenía un horizonte pequeño pero suficiente, desaparece literalmente en la oscuridad: es la guerra, y el blackout impone que las noches sean negras. Miss Roach sólo ve la pensión asquerosa con su comedor, su escalerita, su descansillo, sus ruidos y sus olores. Fuera, la nada, lo negro, la boca del lobo.

Cuando Miss Roach sale de casa sólo ve lo que ilumina su linterna: un circulito de suelo, camino del pub.

Y así pasan los días en la pensión, llena de personajes-arquetipo (el viejo repugnante, la digna pusilánime, la tacaña) que le recuerdan a Miss Roach cuál es su papel: el de SOLTERONA.

Una solterona en provincias durante la guerra es un drama cotidiano y sordo, un dolor de baja intensidad. Patrick Hamilton mira su obra y dice: echemos aceite al fuego.

Así que entra en escena el teniente americano. Juerga, alegría, juventud, cine juntos y besos de los de verdad. La vida son dos días y Miss Roach, al fin y al cabo, no es una estrecha. No en vano ella trabaja en una editorial en Londres. Y ya se sabe.

Pero dice el refrán que poco dura la alegría en la casa del pobre. Una amiga desvalida, una mosquita muerta, una alemana fresca, una rubia, una víbora, una zorra entra en escena. Se llama Vicki Kugelmann y aparece como quien no quiere la cosa: no tengo donde quedarme pero me apaño en cualquier sitio.

Ya. Seguro.

Y entonces empieza de verdad la novela, que no trata de un triángulo amoroso sino de la hostia que le da la vida a Miss Roach por creerse una persona y no ser más que un personaje: la SOLTERONA.

But was she, after all, an "English Miss" of sorts?...Was she (she must translate these odious epithets into dignified English) insular, too correct, puritanical, inhibited; one who by her lack of vitality, or lack of grace, spoiled the carefree pleasure of others) .

Yes, she is. Sus celos son miserables, su ira una pataleta y su quebranto un berrinche. Quiere matar y ni grita. Y a la mañana siguiente, más de lo mismo. El descansillo, la taza, el plato y el ruido de sus compañeros de pensión, que mascan el desayuno.

Y así sigue la vida en esta novela: gris, repetitiva y asfixiada. Cada día el clavo se hunde un milímetro más, sin terminar de matar.

Tres son, en mi opinión, los grandes aciertos de esta novela:

Un narrador omnisciente y despectivo, que establece la distancia adecuada para que la historia se perciba como un drama protagonizado por arquetipos. Bien, nos dice, vamos a ver el mundo y sus habitantes, que son hormigas, nada más. Pero hormigas ridículas.

El estilo. En relación directa con el punto anterior, la voz del narrador es al mismo tiempo explicativa, neutra y paternalista, como si quisiera remedar al estilo de las crónicas del s. XIX:

Though the Rosamund Tea Rooms was, as regards bedroom accommodation, full up, there was still plenty of space in the dining-room, and Mrs. Payne, whose love of gain over-rode all other considerations, did not hesitate, when the occasion arose, to inflict her regular guests with the company of strangers at meals.

La distancia emocional que la suma de los dos puntos anteriores impone. Pues este libro no se lee como un drama a la manera clásica. La señorita Roach, como el resto de personajes, es mezquina y está retratada sin piedad, de frente. Y a una mezquina no se la compadece.

O tal vez sí. Pues a medida que la trama avanza hacia un final magnífico, se hace más sólida la negra, negra idea que vertebra esta novela: que las vidas de estos esclavos de la soledad no están empequeñecidas por la guerra, aunque ellos lo crean. Son así: nunca llegarán a más.

Apagad las luces, cerrad las cortinas. A llorar.

Fotografías de David E. Scherman

13 de diciembre de 2010

Las lecturas de 2010: artículo publicado en la revista Hermano Cerdo

Entre todos los libros con los que gocé en 2010, cuatro refulgen.

The sweet dove died, de Barbara Pym, publicado en 1978. Una novela seria, breve y gélida, con la que la autora prácticamente se despidió de la vida. Un retrato distante de una mujer a punto de cascar entre un mundo que conoce y el presente, que se le escapa de las manos. Barbara Pym construye en este libro uno de personajes más completos y trágicos que se pueden encontrar en la literatura inglesa de la segunda mitad del siglo XX. Genial.

La princesa prometida, de William Goldman, publicado en 1973. Un libro escrito cuando la posmodernidad era realmente graciosa. Una historia dentro de una historia con todos los trucos metaliterarios necesarios: el autor falso, el manuscrito encontrado, el cronista que glosa e interviene… Todo el mundo parece saber que este libro merece la pena: yo me enteré este año.

El incongruente, de Ramón Gómez de la Serna, publicado en 1922. Moderno de verdad, fresco y libre.

May we borrow your husband?, de Graham Greene, publicado en 1967. Tal vez su mejor colección de historias cortas, que contiene dos monumentos del relato del siglo XX: el que da título al libro y “Cheap in August”. Y no es que esté descubriendo nada nuevo al recomendar a Graham Greene, pero nunca está de más. No tarden. Léanlo.

Feliz año nuevo y suerte con sus lecturas. Que disfruten.

Fotografía de Iñigo Aragón.

2 de diciembre de 2010

Muriel Spark, Graham Greene y el Espíritu Santo: artículo para la revista Hermano Cerdo

(Artículo mío en la revista Hermano Cerdo sobre las novelas Territorial Rights, de Muriel Spark, Travels with my aunt, de Graham Greene y algunas preguntas sobre el catolicismo y las tramas).

Bien: llevo mucho tiempo intentando entender qué significa esencialmente el catolicismo en la obra de Muriel Spark y Graham Greene y no alcanzo grandes conclusiones. Al contrario: he llegado a pensar que la lectura de sus novelas en clave católica es una de esas convenciones culturales que los lectores y críticos perpetúan sin haber intentado desentrañar.

Pero yo me he lanzado como Superman, y si no llego a la meta no será por falta de esfuerzos. He leído con interés, con diccionario, con post-it y con rotulador amarillo los capítulos de la biografía escrita por Martin Stannard en los que se trata el tema. He leído el libro de Job y he meditado sobre la psoriasis como condena bíblica. He reflexionado sobre las diferencias entre sacramental, pastoral, místico y espiritual. He abierto la mente, dispuesto a creer algún que otro dogma si era necesario... y nada.

Na-da.

Pero de pronto parece haber algo de luz en las tinieblas. O chispas en las sinapsis, y perdón por la aliteración.



Muriel Spark publicó Territorial Rights en 1979. Es una novela de su época más extraña, más escurridiza, escrita justo después de The Takeover, cuando Spark parecía sentir que debía reinventar el género novelístico a cada nuevo intento. Con sesenta y un años, como debe ser, se resetea antes de escribir.

Territorial Rights empieza con cierta seriedad, casi con el no-estilo con el que está escrita The driver's seat:

Robert had come here as soon as he had unpacked, crossing the little bridge of the side-canal to the path that led into the expansive square. It was the afternoon hour when the shops were opening after lunch. Robert had walked around to see what sights there were to save up for later visits, and now was in the bar having coffee and a bun. He was wearing blue jeans and a thick sweater. He was twenty-four, thin, tallish and had a good head of light brown curly hair and a droopy brown moustache. Some other students of both sexes stood in the bar, came and went.

Y en ese tono entre desdeñoso y seco continúa, guiando una trama que se adensa poco a poco hasta explotar.

La trama es, como señaló Edmund Wilson en la reseña de esta novela en el New York Times, un elemento que apenas se consideraba en la crítica. Y es cierto que aun hoy, treinta años después, la situación apenas ha cambiado. Damos por hecho que la trama funciona como medio de transmisión de significados y sentidos, y la analizamos en general en términos de efectividad (¿son correctas las causalidades?) o de verosimilitud en relación a la vida (¿es esto posible?). Sin embargo, no es frecuente encontrar críticas que tengan en cuenta el aspecto moral de las decisiones del autor en cuanto a la trama.

Asunto delicado. El arte tiene razones que el raciocinio no entiende, y si Julien Sorel muere en la guillotina es, en principio, porque el corte le viene bien a la novela y no por otro motivo. Así lo asumimos, zanjando la cuestión.

Pero algunos autores consideran que la narrativa, en tanto que representación o equivalente de la realidad, se rige por unas leyes semejantes, y traen al primer plano la trama para dejar claro que es en la relación de los personajes con el destino y las acciones donde reside su visión del mundo. Matar o casar a la protagonista no es indiferente.


Spark confesó haber comprendido qué significaba ser novelista cuando se convirtió al catolicismo y aprendió a ver las tramas como un conjunto. Vio entonces a sus personajes desde el punto de vista de un dios que observa su creación con una sola certeza: que nada en la tierra tiene sentido si no hay vida tras la muerte. Ese es The Only Problem para Spark, el tema central del catolicismo que hay que asumir sin cuestionar. Y si nuestra experiencia contradice el dogma, creamos sin preguntar, parece decir. Pues en la tierra hay maldad, traición, mentira y engaño, pero no nos corresponde a nosotros juzgar aquí y ahora, sino a un dios en otro momento.


Esta idea, como la hostia, se traga sin masticar.



Y aquí viene la trama de Territorial Rights, que, bajo esta luz puede resumirse en “Dios los observa, ellos se matan”.

Robert Leaver, joven, medio estafador y medio buscavidas, abandona a su amante Mark Curran, un hombre mayor y dominante, una especie de farsante que compra y vende arte. Leaver huye a Venecia, Curran le sigue, Robert desaparece. También llega a Venecia Lina Pancev, una pintora fugada del comunismo búlgaro que, en principio, quiere buscar la tumba de su padre Victor, desaparecido en Venecia. El padre de Robert llega a Venecia en una escapada romántica con su amante, y la madre, Anthea, contrata un detective para que los siga. Pero Grace, una amiga de la madre, decide ir en persona a Venecia para desvelar el misterio.

In the meantime, Robert, desde un escondite, descubre los secretos en el pasado de la vida de Curran, el detective encuentra a los amantes, Curran se alía con su antigua amiga Violet de Winter para evitar que el pasado salga a la luz, y Grace despierta a la fascinación de una trama de opereta, de personajes incorpóreos y situaciones imposibles. Llama a la madre de Robert, que, sola en Inglaterra, sigue en una vida de tetera y novelas realistas, una vida de textura espesa y decisiones correctas, es decir una no-vida.

-It all sounds very far-fetched, said Anthea.
-It may seem far-fetched to you, Anthea, but here everything is stark realism.
This is Italy.


Y a partir de cierto momento, la trama se pone a centrifugar. Todos los personajes se calzan la máscara de chantajistas, de ladrones, de monstruos: Robert decide chantajear a Curran, Curran al padre de Robert, el detective a la madre y Lina a quien pueda... De pronto, todos, como Muriel Spark, creen tener el poder de un dios sobre las vidas de los demás, y parecen gozar con el diseño y las ramificaciones de una trama que sería inmoral a ojos humanos pero que sólo es ridícula si se mira con la perspectiva adecuada: la de la vida eterna.


Pues, ¿qué es el mal visto desde lejos?


Jugad, parece decir Spark, porque el mal está en la tierra, es complejo y, a veces, atractivo. Los ricos e inteligentes (Robert, Curran, Violet de Winter) lo saben (Robert could not remember a time in his adult life when he had not fully coped with his own life, not to mention the lives of others), y los torpes, como Grace, sucumben a su manera. Al final del capítulo catorce se une (sin pagar, por supuesto) a una visita guiada a unos mosaicos en la que descubre the ineffable beauty of the dark blues and the golds.

Es un momento magnífico de comedia macabra. Spark reparte para todos y ata la trama como en las novelas victorianas, pero guardándose una coda para el tramo final.

Y ahí muestra su visión realmente distante y sarcástica del absurdo y la belleza del mal. Ahí la oímos reír entre dientes. Junta a Robert con Anna, a quien saca de la nada, y los lanza a la felicidad. Jóvenes y guapos, se convierten en otras personas, o tal vez en otra versión de sí mismos.


It was the beginning of Robert's happy days, the fine fruition of his youth...


Enamorados y encantadores, Robert y Anna mejoran como delincuentes hasta terminar convertidos en los terroristas que ponen bombas a la vuelta de nuestra esquina.


Y así todos encuentran su sitio en un mundo donde los timadores, los chantajistas, los extorsionadores y los farsantes campan. Como el nuestro.


-You're mistaken if you think wrong-doers are always unhappy -Grace said-. The really professional evil-doers love it. They're as happy as larks in the sky...


Muriel Spark abandona en Territorial Rights casi todas sus herramientas habituales y presenta una novela sostenida sólo por la trama. El ingenio es funcional, el estilo más invisible que en otros de sus libros, el punto de vista no se hace evidente. Tengan, parece decir, esto es lo que hay. Y si no les gusta, esperen la vida eterna. De momento no hay más.


Algo semejante parece decirnos Graham Greene en Travels with my aunt, otra novela escrita, por así decirlo, desde el púlpito, otra farsa y otra comedia amarga sobre la muerte con moraleja retorcida.


Henry Pulling, un empleado de banca jubilado y aficionado a cultivar dalias, conoce a su tía Augusta durante la cremación de su madre. Está, como todos los hombres curiosos, fascinado por la muerte:


...there was a slight stirring of excited expectation: which is never experienced at a graveside. Will the oven doors open? Will the coffin stick on the way to the flames? I heard a voice behind me saying in very cold clear accents, “I was present once at a premature cremation”.


Augusta, una mujer de setenta y cinco años, ha comprendido que la vida es poco más que una carcajada. Viaja, ama, delinque y transforma a los demás personajes sólo con una frase o el roce de su mano, como en los milagros.


“I have said that your official mother was a saint. The girl, you see, refused to marry your father, who was anxious –if you can use such an energetic term in his case- to do the right thing…she was deeply shocked when your father tried once to make love to her –after the marriage but before your birth- that, even when you had been safety delivered, she refused him what the Church calls his rights.”


¿Es, pues, Pulling el hijo de una virgen? ¿Es Augusta su verdadera madre? ¿Qué significa el encuentro entre ambos?


Viajes por el mundo. Casi sin quererlo, Pulling se convierte en compañero de su tía, que encadena un destino con el siguiente y un amante tras otro sin más guía que tres preceptos morales: la diversión, la certeza de no estar haciendo nada ilegal y la convicción de que, a la larga, dios proveerá.


-I have never planned anything illegal in my life –Aunt Augusta said-. How could I plan anything of the kind when I have never read any of the laws and have no idea what they are?


Si en Territorial Rights la red de engaños era la imagen metafórica del mundo, aquí es el viaje. Los personajes aparecen y desaparecen de la vida de Augusta en una estación o en un restaurante, y las despedidas tienen algo de ligero, como si los personajes, incluso ante la posibilidad de la muerte, estuvieran diciéndose adiós sólo temporalmente. Y así completa Henry Pulling su educación sentimental. Hacia la mitad del libro, Pulling ya es otro.


When I double-locked the door and followed them, I was left with the sad impression that my aunt might be dead and the most interesting part of my life might be over. I had waited a long while for it to arrive, and it had not lasted very long.


Pero el viaje continua, y Augusta, casi más fuerte que la propia muerte, sigue su camino por un mundo donde, como en el nuestro, abundan el delito, el engaño y la mentira, y el amor muere. Egoísta y terca, Augusta parece aferrarse cada vez más a la diversión, o a lo que queda de ella. What the fuck, parece estar diciendo, esto son dos días. No me cuentes que hay dolor, no me cuentes que todo esto es absurdo: déjame bailar.


Y así se cierra la novela, con un subrayado.


Las vidas de Muriel Spark y Graham Greene se tocaron en varios puntos. Como se sabe, Greene ayudó económicamente a Spark cuando ella estaba, literalmente, alucinando por culpa del hambre, y fue siempre generoso y cordial con una mujer a la que consideraba su igual. Con motivo de la publicación de Territorial Rights escribió:


It’s your best, your very best. I thought you’d never top Memento Mori: but you have. I’ve been reading it all day in one gulp. Written with excitement at 9,35 pm.


Territorial Rights y Travels with my aunt son dos novelas escritas por católicos que en varios momentos de sus carreras meditaron sobre la relación profunda entre su fe y su arte, y dejaron que una permease la otra. ¿Ofrecen, pues, una visión teológica de la vida? ¿Se entienden mejor desde el punto de vista católico que convierte la existencia humana en una contingencia y el mal en una broma? ¿Estamos ante dos novelas religiosas?


No lo sé. ¿Lo sabe alguien?

Comment are welcome.

El link a la revista está aquí

Fotografías de Gil Inoue