22 de junio de 2009

Andorra, de Peter Cameron

Many years ago, I read a book that was set in Andorra...
Es verdad. Hace muchos años, en un viaje, una señora me prestó este libro. Empecé a leer:
"Many years ago, I read a book that was set in Andorra..."
Seguí leyendo. A la mañana siguiente, la señora me pidió que se lo devolviera, dando por supuesto que yo lo habría leído de un tirón.
Lo leí de dos: trasnoché, dormí, y después madrugué para seguir leyendo.
Ayer llegó, many years after, el correo. El libro, por razones extrañas, acaba de ser reeditado. Empecé a leer:
"Many years ago, I read a book that was set in Andorra..."
Las razones extrañas por las que Andorra se ha reeditado son el éxito del último libro del autor, Peter Cameron (Someday this pain will be useful to you), y la adaptación al cine de The city of your final destination, que lleva un año y medio en fase de postproducción mientras su protagonista (Anthony Hopkins) y su director (James Ivory) se pelean por unos cuantos miles de dólares.

Pero ningún libro de Peter Cameron es como Andorra, que se distingue del resto de sus novelas por una razón que veremos más adelante.

Un narrador llega a un lugar llamado Andorra, una pequeña península dividida en dos regiones: junto al agua, la ciudad de La Plata, un paraíso en terrazas de un granito rojizo que no se encuentra en ningún otro lugar del mundo; en el páramo, la comarca de La Vega. Desde esta Andorra se llega a Ibiza en barco y a Barcelona a través de las montañas, pasando por Lanjarón. En esta Andorra no hay pobreza ni maldad. En esta Andorra los acontecimientos (una cena, un baño en el mar, un paseo) tienen para el narrador el aura de distancia y extrañeza que tienen las acciones de los personajes de las novelas cuando se describen con atención: "The glass doors to the library were closed and the room was dark; I hadn't noticed before that it had no windows. I opened the doors and looked about for the switch to light the chandelier that hung over the large reading table at the center of the room. But I could find no switch. I remembered the small lamps on the shelves that stayed lit for a moment or two with a press of a button, and walked across the room into one of the bays and felt for the button".
El párrafo -y todo el libro- está escrito con un estilo maravilloso que parodia el estilo maravilloso: como en Muriel Spark, las repeticiones nos ponen alerta (the doors...the doors...the room...the room...the switch...the switch...the button...the button). Como en Elizabeth Bowen, las palabras importadas de otros idiomas nos recuerdan que el lenguaje está entre nosotros y la historia.

Un ejemplo: "She was wearing a navy-blue one-piece bathing suit with a gold-link belt around the waist, a straw hat with a blue-and-white bandanna tied around its brim, and big round white-framed sunglasses. She looked quite fit and beautiful". Esta prosa estilizada, hipnótica y extraña revela la relación de la primera persona con la realidad, que es el tema de fondo de la novela. Y la adecuación perfecta del estilo con el tema -es decir, la encarnación de la prosa de Peter Cameron en este narrador concreto- es lo que convierte a Andorra en la mejor de las novelas del autor. En las demás, lo singular de la voz de Cameron y el asunto no se alimentan mutuamente; incluso se perjudican.

Peter Cameron tiene cincuenta años y cierta fama en otros países. Tres novelas suyas (Leap year, The Weekend y The city of your final destination) se tradujeron al castellano sin ninguna repercusión, y eso fue todo. Su prosa está emparentada con Denton Welch -en lo preciosista- y con Elizabeth Taylor -en lo sentimental-. Es decir, que pertenece a una tradición ajena a nuestra literatura.

Many years ago, I read a book that was set in Andorra...
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* Fotografías de Boris Mikhailov

1 de junio de 2009

Penelope Fitzgerald (4): The blue flower

No es que importe, pero uno lee a Penelope Fitzgerald y se pregunta si las editoriales españolas tienen el radar estropeado o si, sencillamente, no se enteran de por dónde sopla el aire. Sólo Lumen parece haber empezado, y con timidez, a prestar un poco de atención al filón que hay en la literatura inglesa del siglo XX. Pero allá cada cual. Aquí estamos para leer.

Penelope Fitzgerald publicó The blue flower en 1995. Diecinueve periodistas y críticos lo eligieron como el mejor libro de aquel año, y ganó el America's National Book Critics' Circle Awars en cuanto se publicó en Estados Unidos. Y no es que los galones que adornan a The blue flower signifiquen nada en sí mismos, pero conviene prestar atención a lo que implican si tenemos en cuenta que este libro
a) es una novela histórica
b) es una novela experimental
c) es una novela basada en episodios de la vida de Novalis
d) es una novela filosófica sobre razón, poesía, ciencia, sociedad y pasión.

De antemano, no parece que los lectores vayan a asaltar las librerías en masa para hacerse con un ejemplar por ninguna de las cuatro razones, y, sin embargo, es imposible leer The blue flower sin darse cuenta de que Penelope Fitzgerald está, en ambición y logros, a kilómetros de sus contemporáneos. Abrimos una página al azar:

Sophie's cough soon put Günther's into a shade. It came with an immense draught of breath which reminded her of laughing, so that in fact she would have been hard put to it, except for the pain, not to laugh.
What if there were no such thing as pain? When they were all children at Grüningen, Friederike, not yet the Mandelsloh, but already on duty, used to collect them together after the evening service to tell them a Sunday story.


Y otra:

Perhaps there would never be another evening quite like this in Weissenfels. The guests were waiting, although they were not accustomed to it: even in this great airy room, most of their faces had turned a comfortable fruit-red, but they were unable to settle down to their familiar inspection of each other's costume, followed by discussion, slight advance, slight retreat, circulation, repetition, deep and thick gossip, then indulgence in pickled goose legs, black ham, fruit liqueurs, sweet cakes, more spirits, an amiable progress home, an uncertain climb up to bed. Tonight they could not quite count on anything. Uncertainty and expectancy moved among the guests like the first warning of fever, touching even the most stolid. Still no Rockentiens, still no Affianced. In the kitchen, the cook induced the protesting stable-boy, who felt that he was held in some way to blame, to kneel down and pray for his employers' safe arrival.

Esto parece una traducción. El ritmo es extraño, espasmódico. La música que emana no es una cadencia -como, por ejemplo, en Virginia Woolf- sino un golpeteo: oímos cada unidad de sentido por separado, sin distracción. Frases cortas sin verbo en medio del discurso, hipérbatos y subordinadas donde no se esperan, aposiciones, enumeraciones...la sintaxis obliga a prestar atención a los elementos como si fueran piedras aisladas. La novela que tenemos entre manos no parece ser The blue flower sino sólo la presentación de los elementos que compondrán The blue flower cuando ésta se forme en la cabeza del lector.

Nadie, que yo sepa, escribe así. Los escritores minimal se dan por satisfechos con sugerir la existencia de algo más grande que lo narrado, siguiendo la chorrada de la metáfora del iceberg que se inventó Hemingway. Pero lo sugerido suele ser convencional, melodramático o directamente pobre, y el énfasis está sólo en la técnica: mira, mamá, sin manos. Es un jueguecito, sin más, que establece una relación de visibilidad y ocultación entre lo narrado y lo no narrado: Carver nos cuenta que un pollo se pudre en el frigorífico y nosotros vemos, por ejemplo, un matrimonio en descomposición. Así de poco original, así de irrespetuoso con la inteligencia del lector.


Penelope Fitzgerald trabaja con métodos aparentemente similares (la narración escueta) pero con fines distintos: no sugiere, no apunta, no juega con las pistas fáciles ni con los sentidos vagos. Cada elemento presente en el texto es una pieza que remite a una imagen o una idea no expresada pero -y aquí radica la grandeza de esta novela- muy concreta y profunda.

El goce que provoca la lectura de una novela de Penelope Fitzgerald es distinto a otros. Nos trata de igual a igual, y el texto entre ambos es el vehículo a través del cual se produce un intercambio de información, nada más. Perdón por la imagen esotérica, pero se diría que Fitzgerald logra que la novela en su mente se forme en la nuestra de manera exacta. No recreamos, no interpretamos, no ponemos nuestro "mundo interior" ni nuestra experiencia. Todo eso sobra. Ella escribe directamente para nuestro cerebro.

Me he dejado llevar por la emoción de la lectura y sólo he hablado de aspectos técnicos. En breve, más sobre esta novela.


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Fotografías de William Henry Fox Talbot