18 de enero de 2010

The weekend, de Peter Cameron


Debe de haber dos Peter Cameron: el que escribió Andorra y el otro. The Weekend lo escribió el otro, y además en un mal día.


Es para echarse a temblar. Un fin de semana en una casa en el estado de Nueva York, entre bosques y junto a un río. Marian (que trabajaba en el Metropolitan antes de retirarse a su casa, sus bosques, su río y su etcétera) y su marido John (que es pijo, como ella) invitan a su amigo Lyle (un crítico de arte que sostiene que la abstracción ha muerto y que el arte debe estar en comunión con la vida) a pasar un fin de semana en su casa, sus bosques, su río y sus sillas Adirondack. Lyle lleva consigo a su rollete Robert (que es camarero pero quiere ser pintor y que, por supuesto, está bueno y es sensible). Sobre todos ellos pesa –ay- la sombra del difunto Tony (el antiguo amante de Lyle, muerto hace justamente un año y justamente de sida). Hay una secundaria más, que no menciono por pudor.


El argumento daría para un vodevil, una comedia de enredo o una sátira sobre las novelas sentimentales, pero Peter Cameron, sin miedo y sin manos, se lanza a hacer...¡una elegía! ¡Con un par!


Creo que la experiencia literaria enseña a los lectores que la escritura de ficción se sirve de un lenguaje codificado que no es la realidad misma sino su equivalente. La literatura trabaja con indicios que el lector interpreta, y en el juego de expresar una idea (o un sentimiento, o una impresión) con indicios que habitualmente sugieren otra se logran resultados artísticos que el lector agradece. Es decir, lo contrario que en esta novela. Aquí los personajes dicen I love you cuando se quieren, lloran cuando están tristes y se ríen cuando están contentos. Cuando sienten que la vida es, oh, hermosa, el autor les obliga a fijarse en un detalle de sus propios cuerpos (que están cansados, sienten frío, etc) o de la luz (fugaz, cambiante, etc) para hacerlos concientes de la belleza efímera de la vida, que fluye...como un río.


Yo creo que hay límites. Más allá, mucho más allá, en la tierra de lo imperdonable, está todo lo siguiente:


1- En la novela hay un bebé. Está allí para que recordemos que unas personas (el enfermo de sida) mueren, pero que otras (el bebé himself) nacen. Los que nacen pueden nacer en el mismo momento en el que mueren los que mueren. Nacer está bien porque en general significa vida, y morir no está bien porque significa muerte. Juntar un moribundo con un bebé es una idea tan bonita que el autor no pudo resistirse, y tuvo que meterla. Pero debió de ser consciente de que se le estaba yendo la mano, porque hace decir a un personaje que la coincidencia es extraña. Menos disculpas y más tijera.


2- Flashbacks. El futuro difunto aparece disfrutando de la existencia. Como va a morir pronto, el autor lo presenta vitalista. Pero la vida son dos días, o sea un weekend.


3- Dedo que recorre la espalda del amante: “Robert traced the corrugated route of Lyle’s spine down toward the tight valley of his buttocks”. Sin comentarios.


4- Ante la pérdida del amante que le recorría la espalda hasta el tight valley of his buttocks, Lyle reflexiona sobre la pérdida: “The simple passage of days dulls the sharpness of the pain, but it never wears it out: what gets washed away in time gets washed away, and then you are left with a hard cold nub of something, an unlosable souvenir. A little china dachshund from the White Mountains. A shadow puppet from Bali. Look –an ivory shoehorn from a four-star hotel in Zurich. And here, like a stone I carry everywhere, is a bit of someone’s heart I have saved from a journey I once made”.


5- El río que baja cargadito de significado.


6- El final. Tras un weekend que ha cambiado a los personajes, todo el mundo parece haber cambiado: “The light had gone stark and was illuminating the trees with a force and clarity that suggested autumn. Yet it was still midsummer”. Y un par de páginas después, como nos ha gustado el recurso, lo usamos de nuevo: “It had only been yesterday he sat next to her, yet it seemed ages ago”.


Escribir es muy difícil. No debería echar tanta bilis. Borraré este post pronto.
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Fotografía de Larry Sultan


1 comentario:

Anónimo dijo...

¡No lo borres! Me ha parecido una gran crítica que por supuesto me ha quitado las ganas de leer más sobre esta novela.