Solución: interno a Inglaterra, donde conoció el martirio, el horror y el aburrimiento, hasta que, a los dieciséis, decidió que ya había aguantado bastante y se escapó corriendo. Nevermore, Nevermore, Nevermore. Welch era libre, homosexual, frágil e indestructible. Huyó.
Su padre –ya viudo- debió de ver que un cambio de aires sería conveniente, y se lo llevó de viaje a China durante un año. No cuesta imaginarlos frente a frente, como dos mundos, preguntándose “¿y tú quién eres?”.
Welch volvió a Inglaterra en 1933. Quería ser pintor. Se matriculó en Bellas Artes y pintó el mundo como era entonces: distorsionado, torturado, surrealista, fluido, feo e inquisitivo. Dos años después, un día de junio, una motorista chocó contra su bicicleta, destrozándole la columna, los riñones y la vejiga. Creyó morir. “I heard a voice through a great cloud of agony and sickness. The voice was asking questions. It seemed to be opening and closing like a concertina. The words were loud, as the swelling notes of an organ, then they melted to the tiniest wiry tinkle of water in a glass”.
Pero no murió entonces. Bajo la sombra de la parálisis y la enfermedad, escribió hasta quedarse sin fuerzas, en 1948. Tenía treinta y tres años.
Muchos de sus contemporáneos, como Edith Sitwell o los Sackville-West reconocieron en la escritura de Welch una cualidad radicalmente distinta al resto, una textura, un tono o una actitud. Pero basta la recomendación de Elizabeth Bowen, que le fue favorable en una crítica en Tatler en 1943, para que yo haya querido leer la obra de Welch. Escribió tres novelas, relatos y unos diarios que son, más que un texto, un dique contra la muerte.
In youth is pleasure / En la juventud está el placer tiene mucho de pesadilla, de episodio grotesco suspendido en el tiempo, de escena vista en la infancia y nunca comprendida del todo. Sucede durante un verano que el protagonista, Orvil (Welch), pasa en un hotel de campo, invitado por un padre que no le atiende y acompañado de dos hermanos insustanciales. Angustiado, excitado y solo, sabiéndose distinto de casi cualquier otro, Orvil pasea y observa una vida que le atrae y le repugna. La novela es la sucesión de los episodios que Orvil espía, que configuran, al final, el dibujo de su sensibilidad y su posición frente al mundo (o, más bien, fuera de él).
Y así pasa Orvil el verano, mirando la realidad y retirando la vista al interior de su mente, donde todo es soportable porque es mentira. Si sueña con el cadáver podrido de su madre, inmediatamente recuerda un cepillo de marfil. Si ve un grupo de paletos, los imagina follando con cabras, como en la Arcadia feliz. Ante el dolor de un latigazo, se siente como Enrique II ante la tumba de Beckett. Si ve unas tetas, piensa en camellos, el desierto y volcanes. Ve una casa descuidada y se imagina (exactamente como hacía Welch) la restauración que puede devolverle el brillo. Cruza un puente y ve el río como un torrente de mierda, sudor, sangre y pus. Y cuando llega el momento de volver al colegio, se imagina a sí mismo en la barca de Cleopatra, transportado a un mundo perfecto en el que pueda vivir entre templos en ruinas, como un ermitaño. Pero la realidad llega, y con ella la locura. El grito que se ha acumulado durante años estalla, en una espeluznante escena final: en el tren que va camino del colegio, un compañero gracioso monta a Orvil en sus rodillas y, mientras canta “ride a cock-horse”, le corta las pestañas. Todos se ríen.
Menos Orvil.
Orvil sólo grita. He was a clockwork doll wound to its fullest extent.
Peter Cameron, que es fan de Welch, ha hecho un homenaje a esta novela en Someday this pain will be useful to you, protagonizada también por un chico que, a lo largo de un verano, constata que no encaja en el lugar donde la vida quiere situarle. Como Orvil, el personaje es, a todos los efectos, huérfano. Y homosexual. Pero la novela de Cameron es un café descafeinado; su protagonista vive una experiencia para todos los públicos, al estilo de nuestro tiempo.
Lo contrario de In youth is pleasure / En la juventud está el placer, donde la angustia expresada en las imágenes alucinadas e hiperenfocadas del mundo visto por Orvil trasciende la pataleta de un niño que no quiere ir al colegio y se convierte en una sensación que perturba. Desde unos pasteles (The little cakes lay helpless on their plates and seemed to call to him. He took in at a glance the square ones covered with jam, sprinkled with coconut and topped with glistening cherries; the round shortbread ones with portholes to show the bright lemon curd inside; the small tarts of criss-cross lattice-work; the phallic chocolate and coffee éclairs, oozing fat worms of cream; the squares of sponge, enclosed in four hard slabs of chocolate and dressed with wicked green beauty-spots of pistachio nut) hasta sus fantasías sexuales, todo en la mirada de Orvil dibuja un carácter amenazado por la histeria, expulsado de las cosas, suplicante.
Así, Orvil espía, entre las ramas de un bosque, a un hombre que pasa el verano “educando” a un par de chavales, con los que vive en camaradería erótica como en un sueño de boy-scouts: les hace cosquillas, les pega en broma, les hace fregar los platos y, después, tumbados todos en el suelo y bien pegaditos, les lee en alto capítulos de Jane Eyre.
Como todas las fantasías eróticas que pasan de moda, esto es muy camp.
Pero Orvil mira sin participar, deseando al tiarrón, al que espía una vez más. El hombre, en su cabaña, cose y canta “mirror, mirror in my hand / who’s the fairiest in the land?”, y Orvil, sin poder contenerse y soñando con poder enhebrarle la aguja (literal), se une a la canción.
No cuento más; me voy a leer sus diarios ahora mismo.
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Fotografías de Paul Outerbridge
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