16 de enero de 2011

Twenty thousand streets under the sky, de Patrick Hamilton (1)


Empezamos mal: la primera novela de este tocho hace aguas por aquí y por allá. Se llama The Midnight Bell y Patrick Hamilton la escribió en 1929, cuando acababa de pasar por el infierno de una relación chunga con una prostituta. La chica, por lo visto, le humilló, le robó y le dejó amorrado a la botella y tiritando.
Cherchez la femme? No: es que fue así.

Y como fue así, Hamilton, entre trago y trago, se puso a escribir la historia. Tal cual, tomada de la vida.

(Pero aquí entra el corifeo de la técnica narrativa y dice:
OH, AUTOR, NUNCA, NUNCA, OH, NUNCA CUENTES, OH, LAS COSAS COMO FUERON).

Hamilton tenía veinticinco años y llevaba su vida sobre los hombros, como pasa con frecuencia. No oyó al corifeo y siguió escribiendo, borracho perdido. Se transformó a sí mismo en Bob, el camarero del pub The Midnight Bell, y convirtió a Lily la chunga en Jenny la chunga. Añadió a Ella, una compañera de Bob, y listo. Los ingredientes para la historia de abuso y tortura emocional estaban sobre la mesa.

Pero los ingredientes no garantizan el resultado. Con un cabrito puedes hacer un asado o una misa negra.

Pues The Midnight Bell es una novela pálida, casi pobre, al lado de, por ejemplo, Los Esclavos de la Soledad. Leerlas al mismo tiempo funciona como un curso de narrativa by the face: lo que funciona en una falla en la otra, y la diferencia en el uso de elementos similares es sutilísima. Pero fundamental, of course.


Punto 1: Personajes redondos vs. arquetipos.
La mayoría de los personajes de ambas novelas son arquetipos. Si la protagonista de LEDLS era una solterona estirada con pretensiones intelectuales, el de TMB es el camarero enamoradizo y un poco confiado que quiere ser escritor. Allí el triángulo lo completaban el soldado americano y la amiga traidora, aquí la prostituta sin corazón y la camarera noblota que seca vasos y los deja en la barra con un suspiro porque es sensata. No hay pretensiones de convertir a estos arquetipos en personajes complejos: conoceremos de ellos sólo los rasgos que subrayen su identidad arquetípica, no los que la contradigan. Bien.

Pero el sentido artístico de LEDLS se entendía al leerla como un retrato global de seres incapaces de trascender esa identidad limitada, plana y ramplona. Eran gente pequeña vista a través de los ojos de un narrador que hacía explícito su deseo de contar que la gente era bidimensional y pobre, y que sufría por ello. Un elemento narrativamente neutro (personajes arquetípicos) estaba al servicio del sentido.

En TMB, sin embargo, el mismo elemento apunta a otra dirección, y tal vez pincha. Porque aquí los personajes son igualmente arquetípicos pero la novela aspira a ser un retrato del amor torturado.

(Corifeo: MAL, MAL, MAL, AUTOR. UN TEMA MANIDO CON PERSONAJES PLANOS NO ES UNA BUENA IDEA...)

Y no es que el tema esté agotado, pero no da más de sí cuando no se rescribe desde cero.

(Corifeo: OS LO DIJE, MORTALES. CUIDADITO CON LOS PERSONAJES PLANOS.)

Así pues, en la categoría "uso de los elementos narrativos en dirección satisfactoria", el resultado es: Slaves 1, Midnight Bell 0.


Punto 2: La situación.

La vida es triste, oh, sí, pero también alegre, oh, sí. La guerra es mala, oh, sí, pero en los refugios antibombas (véase Proust) se ligaba de maravilla, oh, sí. Los matrimonios rotos dan pena, oh, sí, pero también mucha risa.

En resumen: ninguna situación (entendida como espacio+tiempo+conflicto) exige de manera necesaria o exclusiva ningún tono. La situación es previa a la sensación transmitida al lector, y sólo los elementos de aquélla que se dirijan hábilmente hacia el sentido serán percibidos como elementos cargados dramáticamente.

Parrafada que, in other words, quiere decir: The Midnight Bell exige que el lector acepte de antemano que la situación es gris en términos generales porque el autor lo decreta, pero el lector se rasca la cabeza y se pregunta por qué un camarero, un pub y una prostituta son deprimentes per se.

(Corifeo: NO MÁS QUE UN CAMPO DE AMAPOLAS HASTA QUE EL AUTOR DEMUESTRE LO CONTRARIO).

El lector bebe un vaso de agua y recuerda LEDLS. Allí aparecían sólo dos o tres elementos de la guerra (el black-out, el desempleo y los soldados), y cada uno, como quien dice portaba su vela: el black-out era ceguera metafórica y existencial, el desempleo le llegaba a la protagonista en el momento justo y el soldado entraba en la pensión para desencadenar la trama. El lector termina el vaso de agua e increpa al cielo.

En la categoría "uso de la situación", vamos así: Slaves, 1, Midnight Bell, 0.


Punto 3: El suspense.

Tiemblan los escritores puristas al oír esta palabra maldita. Oiga, dice uno, yo escribo como me sale, tal cual, desde lo más profundo del corazón, y sin forma ni consciencia. Oiga, dice otro, yo tengo el verbo muy fino y mis lectores me siguen doquier voy. Oiga, dice el tercero, eso del suspense es cosa de best-sellers.

(Corifeo: OS VOY A DAR PERO BIEN. NO HAY NARRACIÓN SIN SUSPENSE).

Existe el suspense en cada palabra escrita entre una acción y su consecuencia. Da igual el género y la intención del texto. Cuando la plasta de la señora Dalloway dice que se va a comprar flores, el lector quiere saber qué flores, cúando flores, cómo flores, dónde flores y para qué flores.

Pero TMB frustra el suspense de la narración porque el tono y la situación anticipan el desenlace exacto. El lector puede escribir lo que va a pasar desde el primer trago que se bebe el camarero.

Lo cual no es, en sí, ni bueno ni malo: no se lee para saber el desenlace de la historia, pero cuesta avanzar en una novela en la que, además de a los personajes y el tema, se ha sacrificado también el suspense.

Y así queda la cosa en el apartado "suspense": Slaves 1, Midnight Bell 0. Total: 3-0.

The Midnight Bell es un polvorón bien seco. El lector masca y masca, y al final traga. Son poco más de doscientas páginas que se hacen pesaditas, pesadas, pesadísimas.

Pero, ay, ay, ay, el lector es un pringao, un melón, un zoquete, porque esta novela es la primera de una trilogía que Hamilton decidió agrupar en un solo volumen. Sigue leyendo como un penitente, se adentra en la segunda (The siege of pleasure) y entonces... entonces... entonces tiene que repensar todo lo pensado porque el sentido de TMB cambia RADICALMENTE cuando se entiende como parte de un todo.

(Corifeo: PRINGAO, MELÓN, ZOQUETE).

Y el lector borra el post, se traga sus palabras y vuelve a pensar en The Midnight Bell desde cero, castigado en el rincón y mirando a la pared.

Fotografías de Louis Porter

2 comentarios:

Oscar dijo...

Pues esperaré a ver lo que dices de la segunda, porque desde luego no me han quedado muchas ganas de empezar con Hamilton por esta obra o polvorón. :-)

La verdad des que a veces, como dices 200 páginas se hacen laaargas, aunque uno piense que lo que esta leyendo es muy bueno. Si encima piensa que es malo...

Bueno, tras leer el comentario de LESDLS, tal como te dije, estuve echando un vistazo a la "discografía" de Hamilton y tengo aqui en el amenazador montón de "pendientes" mi ejemplar de Hangover Square. A ver que tal. Le tengo ganas. Quizá despues de leer este comentario negativo de otra obra, aun más. Masoquismo puro? Puede ser.

Saludos y espero el comentario de "The Siege..."

Pablo Chul dijo...

Yo también tengo Hangover Square pendiente, y Craven House. A ver qué tal. The Midnight Bell como obra suelta es de verdad flojilla, pero The Siege of Pleasure mejora mucho, y parece que la tercera (The Plains of Cement) es aún mejor. A ver, a ver...

Gracias y cibersaludos!