17 de enero de 2011

Las twenty thousand streets de Patrick Hamilton (2)


Decíamos ayer que el lector se había quedado un poco así con la primera novela de esta trilogía. Pero siguió leyendo, y siguió leyendo, y cuando llegó a la mitad de la segunda (The siege of pleasure) ya había cambiado de opinión porque el lector es un hombre de juicios más bien endebles. Y es que donde dice digo dice diga y se queda tan ancho. Empezó el libro soltando pestes y lo terminó cantando alabanzas. Así es el zen: los contrarios se vuelven unidad, o en su defecto argamasa.

Pues eso: que si Hamilton lo había hecho mal en The Midnight Bell, que si Hamilton necesitaba un curso de narrativa acelerado, que si tal y que si cual, y ahora resulta que Hamilton lo hace todo bien en The Siege of Pleasure. Tan bien lo hace que esta novela otorga sentido retrospectivo a la anterior, e incluso la redime.

The Siege of Pleasure (TSOP) es la historia de cómo Jenny la prostituta llegó a ser quien es. La vemos con un cliente en plena negociación. Tú tienes pinta de chica mala, dice el cliente. Es que lo soy, dice ella, porque un vaso de oporto me echó a perder.

Y entonces vamos al pasado, o para ser exactos, a un pasado de cuento. El siguiente capítulo se llama "The treasure" y empieza con tono y personajes de fábula: una chica perfecta llega a una casa del barrio de Chiswick donde viven tres viejecitos viejísimos, tres caricaturas a lo Dickens. La chica es Jenny, claro, a la que conocíamos sólo como el arquetipo de la putilla.

En este momento se firma el pacto entre autor y lector que rige TSOP:

El autor promete contar la historia de la transformación de Jenny 1 (chica perfecta) en Jenny 2 (prostituta amoral) en clave de fábula, utilizando los recursos literarios propios del género. Queda libre de las obligaciones propias de otras formas como la novela realista o el folletín, y adquiere la facultad de utilizar los elementos narrativos que considere adecuados para el fin y la forma que convenga.
El lector firma y acata.

Así sí se hacen las cosas. El lector avanza por la novela como la niña del traje rojo avanzaba por el bosque, y se traga tres sapos de tamaño estratosférico.

Sapo 1) El desencadenante. La vida de Jenny se transforma por una borrachera. De la noche al día está condenada. ¿Inverosímil? No: estamos en una fábula, y las fábulas tratan con frecuencia del poder transformador de un elemento. También lo hacen las contrafábulas: véanse La leyenda del Santo Bebebor, de Roth, y el Billete de un Millón de Libras, de Mark Twain. Aquí un vaso de oporto arruina a Jenny, y nos parece muy bien.

Sapo 2) La psicología del personaje. Un arquetipo que se transforma en otro, y juntos, como dos mitades en el tiempo, componen un personaje. No hace falta más. Basta que el arquetipo tenga reacciones humanas para que nos lo creamos. Estamos en una fábula, remember.

Sapo 3) La ausencia de suspense. Mira, dice Hamilton, aquí tenéis el final, encima de la mesa y bien clarito: Jenny termina mal. Pero, ¿queréis que os cuente el cuento de cómo la buena de Jenny terminó haciendo la calle por culpa de un vaso de oporto?

Si es que no hay nada como ser sincero, incluso en arte. ¿Que Matthew Barney es de pueblo? ¿Que a Marina Abramovic le pesan los Balcanes? ¿Que el flan no es de la casa? Vale, pero que lo digan.

El lector goza con TSOP. El lector es un vendido. Al lector le parece bien la borrachera que se pilla Jenny, y le parece hasta magistral la tercera parte de esta novela, llamada "The Morning After". Porque hay una morning tras la cogorza, y Jenny la sufre como si fuera una pesadilla. Cada acción a su alrededor está ralentizada con esa atención que hipnotizaba en The Slaves of Solitude y ponía de los nervios en The Midnight Bell.

Total, que el lector termina la segunda novela de esta trilogía en las antípodas de donde la empezó. Tanto, que se adentra en la tercera pensando en metáforas para contar cómo una parte de la obra ilumina y transforma el sentido de las demás. Pero no se le ocurre más que la luz del pasillo que ilumina el dormitorio.

Y es que el lector es simple.


Fotografías de Lorna Simpson

1 comentario:

Oscar dijo...

Bueno, pues a ver que pasa con la tercera y que le parece al lector, que ya me esta picando la curiosidad.

Muy buena entrada. conocer autores nuevos es algo a lo que hace un tiempo casi había renunciado, para centrarme basicamente en relecturas pero esto no se acaba nunca.

Tras leer tu entrada he abierto el Hamilton que tengo y comenzado a leer los primeros párrafos. Me he tenido que contener, que estoy leyendo otros tres a la vez. Parece muy, muy interesante si le puedo juzgar por la primera página (un juego que practico a menudo).

Gracias.