I. No sé a quién recomendar los libros
de Kenzaburo Oé, un autor que no se parece a ningún otro. Imposible
recomendarlo a los escritores, desde luego: Oé vive, desde hace unas
cuantas novelas, en un mundo más allá de los intereses habituales
de fondo, forma y sentido. En el conjunto de las características
comunes de los libros del mundo, los suyos participan de las básicas:
tapas, letras, hojas, lenguaje, etcétera. El resto es extraño: una
mente en la que lo conocido se ha reagrupado formando un paisaje
nuevo.
II. Reconocemos algo parecido a literatura
sin todos los párrafos, a un discurso de la sibila. Ante la pregunta
"¿de qué idioma se ha traducido esto", la respuesta es:
la explicación de Oé es su paráfrasis. Tal adhesión exige su
lectura. En su bosque, los árboles no crecen hacia el cielo sino
hacia las profundidades.
III. Se acepta lo siguiente: la vejez es
impaciencia. Oé tiene casi ochenta años y escribe con el desdén de
quien dejó de ocuparse del estilo hace tiempo. Es ortopédico. Es un
cuaderno de notas. A su afasia le sienta bien una mala traducción:
"Kogito caminó cuesta abajo a pasos cada vez más apresurados.
En su mente se reproducía la narración escabrosa -y a la vez
graciosa, pues, a decir verdad, lo hizo reír varias veces- en la que
Shigeru le había revelado su disparatada historia, reforzándola con
gestos por lo demás exagerados". Los diálogos entre personajes
no son menos aparatosos: marionetas. Kogito y Shigeru transmiten
historia. Oé los caracteriza como un ventrílocuo: les mete la mano
por la espalda y les hace mover las mandíbulas de madera.
IV. Aceptamos así también lo siguiente: aquí la verosimilitud no se apoya en el naturalismo. Adiós. Aquí estamos más cerca de C.S. Lewis: la cualidad mítica de una historia es lo que garantiza su supervivencia (y su lectura). Cómic o sombras, Orfeo y Eurídice son eternos. No tienen tiempo.
V. Creo que ningún escritor antes que Oé
ha convertido en recurso narrativo (o desde luego no lo ha hecho de
manera tan precisa) una idea mística: la poesía es el recuerdo del
futuro.
VI. Aceptamos, pues: el lenguaje poético
no es en sí lenguaje (no está sujeto al error, a la voluntad, a la
rectificación) sino profecía precisa. El poema es una comunicación
directa con el futuro de quien lo lee: algo así como una maldición
impuesta en el que lee. No lo entiendes ahora: ya lo entenderás.
VII. Y aceptamos otra cláusula: la comprensión del significado de un poema no sucede cuando acumulamos experiencias cuyo reflejo metafórico es dicho poema sino cuando en nuestra vida aparece -y lo hará antes o después, de manera literal- la imagen poética: el anuncio de la muerte. En Tarkovsky, en Dreyer y en Oé, el poeta es el vate. Habla desde el tiempo en que las palabras habrán sobrevivido, pero con otro significado.
VII. Y aceptamos otra cláusula: la comprensión del significado de un poema no sucede cuando acumulamos experiencias cuyo reflejo metafórico es dicho poema sino cuando en nuestra vida aparece -y lo hará antes o después, de manera literal- la imagen poética: el anuncio de la muerte. En Tarkovsky, en Dreyer y en Oé, el poeta es el vate. Habla desde el tiempo en que las palabras habrán sobrevivido, pero con otro significado.
VIII. Es decir: lector de poesía, la
revelación te espera. Tu vida tendrá un día la forma exacta de los
poemas que no entendiste en su momento. El poeta es visionario y
habla el lenguaje de los hombres del futuro.
IX. La manera precisa (es decir la forma)
en que Oé expresa esto es el sentido de su obra reciente.
X. ¡Adiós, libros míos! (2005,
publicado en castellano en 2012) avanza en tres pasos:
1- Lo que quiero escuchar son los
disparates de los ancianos.
2- La transmisión de los muertos se
manifiesta más allá de la lengua de los vivos a través del fuego.
3- Los viejos deberían ser
exploradores / Aquí o allá no importa / Debemos permanecer quietos
y seguir moviéndonos.
Profecías de T. S. Eliot acerca de
Kogito, álter ego de Oé, en su retiro Gerontion, una casa
basada en un poema en la el protagonista vive arrestado por su amigo
de juventud Shigeru, por los muertos que le visitan de noche y por
los hombres del futuro, que, como ecos de Los Demonios de
Dostoievski, traen el renacimiento tras la destrucción. Unbuild y
unlearn.
XI. Aceptamos también esto: las
referencias en la obra de Oé están desprovistas de contexto.
Beckett, Eliot, Blake, la cabeza de Mishima, Dostoievski y Céline
aparecen en el momento en que su tiempo muere y su verdad
se comunica con otra verdad en un no-tiempo entre las presiones del
futuro y el pasado.
XII. Kogito es en esta novela el hombre
descrito por Eliot:
Here I am, an old man in a dry month,
being read to by a boy, waiting for rain.
being read to by a boy, waiting for rain.
XIII. Y también de este:
Do not let me hear
Of the wisdom of old men, but rather of their folly,
Their fear of fear and frenzy, their fear of possession,
Of belonging to another, or to others, or to God.
Of the wisdom of old men, but rather of their folly,
Their fear of fear and frenzy, their fear of possession,
Of belonging to another, or to others, or to God.
XIV. Algo sucede durante la lectura de ¡Adiós, libros míos!:
1) Página 79: "En este punto
alcanzo a comprender el tema constante que se mantiene desde el
principio... o sea, la apremiante tensión del tiempo tiempo único y
absoluto, que es el presente".
2) Entrevista con Will Self en The
Guardian: "the web and the internet have created a permanent
Now, eliminating our sense of (...) eras".
La posmodernidad literaria era el
estertor de las últimas mentes que entendían la historia de la
cultura de manera diacrónica. Estamos, como Takeshi, Take-chan,
Vladimir y Shi-shi, entre los hombres del futuro.
Véase tumblr.
XV. Los viejos y sus disparates: "¿No
crees, Kogy, que las ideas y filosofías político-sociales en
realidad no son sino formas verbales?". Lo dice Shigeru, que
planea dinamitar Tokio.
XVI. Adiós, libros míos. Unbuild, unlearn.
Tenants of the house,
thoughts of a dry brain in a dry season.
thoughts of a dry brain in a dry season.
Fotografía de Andrei Tarkovsky
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